Abertura táctica entre el pecho y las armas.

Básicamente en Bucaramanga el juego consiste en hacer lo que sería socialmente reprochable. Y cuando digo ‘hacer’ me refiero a inducirlo. Una parte de los que participan en la protesta (POLICÍA) cuentan con estrategias, tácticas y operaciones de inteligencia que les permiten llegar a la marcha con una formación en el arte de las operaciones militares. O, atendiendo a la vileza de nuestros tiempos, en el arte de la guerra.

Las incitaciones a la violencia en Bucaramanga son lo suficientemente indirectas para desencadenar desinformación, desorden y disturbios. Los que incitan, la policía; lo que se desordena, la protesta. La manifestación que lleva más de doce días se vuelve débil, desinformada, desarticulada, pierde su cohesión. A las marchas se sale con el corazón en la mano, casi emulando un viacrucis. Respondiendo a la infamia con el llanto en las calles. Ayer recorría las calles de la ciudad junto a una mujer que gritaba: ¡NO CIERREN! ¡NO CIERREN! ¿POR QUÉ CIERRAN SUS LOCALES? ¡NOSOTRAS NO SOMOS VÁNDALAS! ¡SOMOS MADRES! ¡SOMOS HIJAS! ¡SOMOS MUERTAS QUE VIVEN!”

Salir a marchar en estos momentos significa situarse en medio de un descontento social por parte de todos. Mientras marchábamos con arengas, gritos y música la ciudadanía al rededor nos daba la espalda. Con puertas cerradas y aterrorizados miraban con indiferencia. Por un momento éramos culpables de sus tragedias. La marcha del dolor junto con la mirada de la vergüenza y el desprecio.

El nivel de crueldad que la policía mantiene contra los manifestantes es tan alto que es imposible responder con logística, táctica, inteligencia en pro de reorganizar y seguir con la protesta. Básicamente, aunque ahora sea algo evidente frente a nuestros ojos, el derecho a la protesta está «garantizado» solamente para inducirlo a error: dispersar la protesta, provocar a los manifestantes, evitar la zonificación y concentración de la primera línea (eufemismo que se debe discutir) y los manifestantes pacíficos, escurrir la batalla entre ESMAD y primera línea por varias cuadras principales. El comercio cierra, se afecta, se destruye. ¿Quién lo hizo? Nadie sabe nada, nadie responde. Aumenta el descontento, se estigmatiza la marcha y la protesta, se incriminan entre unos y otros.

Luego, llegan los medios de comunicación que van con olfato mal intencionado a fragmentar los hechos. Borran con omisiones de información en sus noticias el hilo conductor o la sucesión fáctica de lo que pasa en una marcha. Luego, construyen narrativas del enemigo y edifican relaciones de causalidad entre las afectaciones y los manifestantes. De todo esto resulta menos cohesión entre los afectados, y una espiral de confusión alimentada por la estigmatización, odio, represión y violencia en general.

La marcha como fin es un despropósito que nos cuesta vidas, muchas.

Ellos lo saben y nosotros no tenemos otra opción. Por esto , ahora mismo, la protesta que reclama y exige derechos es inducida a convertirse en rebelión e insurrección armada. Armada con palos, piedras, pinturas y cacerolas. ¡Esa es la violencia que se reprocha!

La violencia que proviene de las «camisas blancas» es una insurrección armada que el espíritu autoritario de nuestro gobierno no reprocha. La invisibiliza, la promueve y la protege.

Si la protesta social pacífica no logra ocupar un lugar basto en las ciudades principales (donde el primer método o «protocolo» no es la desaparición y el asesinato) la incitación a la protesta violenta tomará lugar y entonces entraremos en el juego de la insurrección.

En ese lugar, morimos todos.

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